La doble lealtad de los judíos

27/Sep/2018

El Debate, España- por Leonard Wingate

La doble lealtad de los judíos

Uno de los mitos antisemitas más longevos
dice que los judíos no sienten apego o lealtad por el lugar en donde viven,
sino solamente por su comunidad y, desde 1948, por el Estado de Israel; lo han
llamado “doble lealtad” o “deslealtad” y está íntimamente relacionado con la
concepción popular de que los judíos son extranjeros.
Este prejuicio se ha formado al albor de
varios hechos históricos.
El primero es que, hasta hace muy poco, los
judíos han sido defenestrados y tratados como un cuerpo extraño en todos los
países en donde han vivido, con contadas excepciones. Ante un Occidente que
tendía a homogeneizar todo a la fuerza, la opción para los judíos era
asimilarse o ser apartados y perseguidos -o algo peor-. En su mayoría, los
judíos se aferraron a su identidad y los trataron como extranjeros desleales.
Esto, indudablemente, generó todo tipo de libelos, como la conspiración
internacional: los judíos eran una quinta columna organizada que intentaba
derribar naciones y crear un orden global en el que se diluyeran las
anteriores. Esta dañina elucubración, que los judíos controlan o aspiran a
controlar el mundo, ha permanecido en el subconsciente de los occidentales
hasta hoy.
El segundo es que el judaísmo se forja en la
Diáspora como una pertenencia comunitaria con fuerte carácter religioso, pero,
en realidad, tiene su origen en un movimiento nacional. Si pensamos en los
armenios, pueblo con similitudes evidentes, podemos encajar las piezas. Los
judíos eran una nación sin tierra y, discriminados en sus países de acogida, su
gran aspiración durante cerca de dos milenios fue regresar a su tierra. Eran
tratados mal y al mismo tiempo añoraban esa Jerusalén a la que cada año
prometían volver. Así, entre los judíos apenas afloró un sentimiento nacional.
Es después de la Ilustración y durante desarrollo de los nacionalismos europeos
en los siglos XIX y XX cuando los judíos empezaron a sentir apego por sus
países. Pero poco les valió, por ejemplo, sentirse alemanes en Alemania, para
librarse del exterminio.
El tercero es que han sido protagonistas de
una migración masiva durante el siglo XX. El país en donde nacieron dos o tres
generaciones atrás no es el mismo país en el que viven. Son recién llegados, no
dejan de moverse por el mundo, y eso sigue alimentando la percepción de
foráneos.
Sin embargo, el mito de la deslealtad o del
judío extranjero, que en última instancia justificó matanzas y persecuciones y,
en la Segunda Guerra Mundial, el genocidio más brutal que ha conocido la
historia, es falso y alejado de la realidad cotidiana.
Afirmar actualmente que los judíos no son
leales a sus países de origen porque tienen otras lealtades cae por su propio
peso acudiendo a nuestros ejemplos patrios. Un asturiano que se siente español
y canta con fervor Asturias Patria Querida o un barcelonés que habla catalán en
su casa, pero considera España su país -y ahora es un “peregrino en tierra de
infieles” parafraseando a Sean Connery en La última cruzada– casan
perfectamente con que un judío español quiera o se sienta identificado con su
país, España, y tenga una amplia simpatía y conexión con Israel. Puede que
muchos judíos tengan varias lealtades -o a lo mejor ninguna- como las tienen
muchos ciudadanos que no son judíos. Y no pasa nada, los sentimientos siguen
siendo, hasta ahora, cosa de cada uno. Bajo la ley, su nación es la que le
expide el pasaporte (otro día hablamos del tema de las dobles nacionalidades).
El máximo exponente de esto, de hecho, son
los sefardíes -en hebreo, españoles-. Fueron expulsados hace 526 años, y a
pesar de ello, han permanecido fieles a España y han mantenido el lenguaje, las
costumbres, y sobre todo la nostalgia por una tierra que siempre consideraron
su hogar. Qué decir de los judíos norteamericanos, profundamente patriotas pero
que han tomado la defensa política de Israel como una de sus principales
actividades en la esfera pública.
Un hombre, o una mujer, puede tener las
fidelidades nacionales y sentimentales que guste. Más aún en el mundo líquido
en el que vivimos, en donde la ausencia de certezas está a la orden del día y
acudimos a refugiarnos en nuestras identidades tradicionales o creamos otras
nuevas.
Pero, depurado el falso mito de la
deslealtad judía, conviene también señalar tareas pendientes que tienen los
mismos judíos en relación con el mantenimiento de este prejuicio.
Comprensiblemente, después del Holocausto,
los judíos de la Diáspora (los que viven fuera de Israel) lucieron un perfil
bajo en los asuntos nacionales de sus respectivos países. No obstante, han
salido a defender con uñas y dientes a Israel cada vez que ha sido criticado
por sus acciones. También, y con toda lógica, han denunciado por activa y por
pasiva el antisemitismo y otras formas de racismo. En tal sentido, han sido
férreos defensores de los derechos civiles y de la diversidad.
A pesar de haberse integrado y de haber
dado lo mejor de sí a sus países, y sacando de la ecuación a la judería
norteamericana, no han dedicado mucho tiempo a decir que ellos también son
nacionales.
La confusión creada para
con sus sociedades ha sido evidente, y ha favorecido que mucha gente opine que
el país de los judíos, en el caso de los españoles, no es España, sino Israel,
y que se les considere extranjeros en su propio país. Los judíos deberían
emplear más esfuerzos en enfrentar abiertamente este prejuicio. La mejor forma
de hacerlo es abriendo las cancelas para que entre la verdad, que dijo el profeta
(Isaías 26:2). Si los judíos, como han hecho en anteriores ocasiones, enfrentan
este mito acabarán con él fácilmente. Deben ser los primeros en dar la cara y
aclarar conceptos, liderar el relato, y que cada vez que se crea que todos
vienen de Israel, como todos los niños venían de París, decir la verdad. Que
son tan españoles, franceses, italianos o alemanes como los demás.